domingo, 21 de septiembre de 2014

HABLEMOS DE… TRASTORNO LÍMITE DE LA PERSONALIDAD



El Trastorno Límite de la Personalidad, llamado también “bordeline” consiste en un patrón persistente de inestabilidad en las relaciones interpersonales, afecto y autoimagen con escaso control de impulsos.

Suele aparecer en la adolescencia y perdura durante la vida adulta, muchas veces con períodos de mejoría evidente y otros periodos críticos, generalmente desatados por algún suceso vital  como una separación o una pérdida, por ejemplo.
Las personas con un trastorno de la personalidad presentan una patología que dificulta la convivencia consigo mismo y con los demás. Ese desequilibrio emocional, crea una angustia que se refleja en su vida diaria, como dificultades en la familia, así como estar relacionados con otros tipos de problemas como son las adicciones o los trastornos alimentarios. Muchas veces, el objetivo de estas conductas es como vía de escape de esta angustia. Muchos comportamientos de ellos son percibidos como contradictorios, imprevisibles, cambiante en sus opiniones y manipulativos.

Características de una persona con este trastorno:

  • Impulsividad: es uno de los rasgos que más los definen. Puede convertirse en peligrosa para sí mismos, como por ejemplo, abuso de sustancias e ingesta de fármacos, atracones de comidas, ser temerosos. Y otras conductas como el auto agresión. Cuando la ansiedad es intolerable, pueden poner en práctica alguna de estas conductas, que momentáneamente les sirve para aliviar el malestar. Al ser impulsivas se mueven por deseos, sin pensar en las consecuencias de sus acciones.
  • Autolisis o querer hacerse daño: suelen aparecer comportamientos, intentos o amenazas suicidas recurrentes, o deseos persistentes de desaparecer o no despertarse por las mañanas. Muchas veces es motivo por el cual se recurre a la ayuda profesional. Estas conductas pueden ocurrir durante experiencias disociativas, y tienen la función de aliviar. A veces se utilizan para calmar el intenso sufrimiento, y otras para  reafirmar la capacidad de sentir, que en esos momentos la persona cree que ha perdido. También suelen precipitarse como respuesta frente al temor al abandono, a la percepción de rechazo o a experiencias muy dolorosas o frustrantes.
  • Inestabilidad afectiva debida a una intensa reactividad del ánimo: esto refiere a que el estado de ánimo cambia bruscamente y con diferente intensidad. Puede observarse  desesperación, irritabilidad, ansiedad, dificultad en el control de la ira, el enojo, peleas verbales y físicas. La ira es la que más se repite. Por lo general se desencadenan cuando consideran que las personas significativas las rechazan, no les prestan la atención, tienen una actitud injusta o les abandonan. Van seguidas de mucha culpa, y contribuyen a su sentimiento de ser impropios.
  • Sentimiento crónico de vacío: lo experimentan de forma constante. La experiencia es vivida de manera extremadamente dolorosa y expresada con desesperanza y una profunda sensación de ausencia de sentido a la vida. Además, nada parece compensar la sensación de gran vacío interior, por lo que buscan siempre algo diferente. En este sentido, pueden manifestar intensos deseos por una gran variedad de objetos o personas, hasta tal punto de convertirse en obsesión.
  • Síntomas de disociación: La disociación es una vivencia que todos podemos experimentar. Esto ocurre con acciones que realizamos de forma cotidiana y automática. Una persona que realiza un viaje, al llegar puede haber olvidado todo lo que hizo durante el trayecto, aunque estuvo despierta, caminó desde su casa, subió a un medio de transporte e incluso pudo haber realizado otras acciones, como comprar el diario. Esta sensación de estar “fuera” es lo que se denomina  disociación. A veces este mecanismo se convierte en una forma de protección frente a recuerdos, eventos o sentimientos que duelen.

Si te sientes identificado, o algún familiar cumple con algunos criterios mencionados, no dudes en buscar ayuda a un profesional.

domingo, 14 de septiembre de 2014

¿CÓMO DIALOGAR CON MI HIJO ADOLESCENTE?



 Cuando llega la adolescencia, los padres temen muchas veces poder manejar ciertos temas con sus hijos, incluso, no saben cómo manejar una situación incómoda donde ellos expresan y piden ayuda, temas como drogas o sexo.
Debemos escuchar a los hijos sin hacer juicios de valor sobre sus comentarios, sin interrupciones y dando señales de escucha activa y que nos ha llegado el mensaje que pretende que nos llegue.

Tres pilares fundamentales de una comunicación eficaz son la atención y la comprensión, y sobre todo, la paciencia.

He aquí algunas pautas para mejorar ese diálogo con nuestros hijos:

  • No sermonear: la conversación es cosa mínimo de dos, no lo conviertas en un monólogo. Deja que tu hijo se exprese
  • Usar la escucha activa: presta atención a lo que tu hijo te dice. No es que no recibas el mensaje, sino, lo más importante, es que tu hijo se sienta escuchado. Si crees que en ese momento no pueden atenderle, cuéntale el motivo y se busca otro momento para tener esa conversación
  • Tú has sido adolescente: recuerda que tú has pasado por ahí, sé consciente que también has vivido conflictos y usa la empatía
  • Respetar: deja que expresen sus opiniones y puntos de vista, aunque sean diferentes a los tuyos. Piensa que a su edad hay ciertos aspectos importantes que cuando somos adultos carecen de importancia
  • Fomentar un ambiente agradable: habla de cosas intrascendentes, esto facilita que luego se pueda hablar de problemas más importantes. Fomenta el diálogo día a día. No pretendas que de repente te cuente las cosas, sin una previa confianza
  • Usar lenguaje positivo: si nos fijamos en cómo emitimos los mensajes, nos daremos cuenta que surte más efecto si lo hacemos en positivo que en negativo. Por ejemplo, decir “habla más bajo” en vez de “no hables tan alto”
  • Tener cuidado en cómo expresamos: cómo decimos las cosas, nuestros sentimientos y nuestras peticiones de cambio contribuye a transmitir información y refuerza lo que se dice
  • Ser objetivos en nuestras quejas: cuando tengamos una queja o una crítica que hacer, nos hemos de basar en una descripción de las cosas observables, no generalizando
  • No mostrar alarma o enfado: cuando exprese sus opiniones sobre un tema peliagudo, intentar no dar signos externos de alarma o de ira, ya que podrían interrumpir la comunicación, y lo que aprendería tu hijo es que no se puede confiar en ti

Se puede aprender a usar un lenguaje objetivo y claro para que los diálogos sean un intercambio de información que beneficie a ambas partes. Es importante ser honestos cuando expresemos tanto peticiones como críticas. 

No olvides que la buena comunicación es una habilidad, y como tal, se puede aprender. ¡Ánimo!